
Carmen de Burgos y las protestas populares contra la…
Con motivo del Centenario, de la Guerra de Marruecos, este año se cumplen 100 años del llamado «Desastre de Annual», nos parece interesante, que recordemos la Conferencia que María Rosa de Madariaga, Historiadora, y en ese momento Vicepresidenta de la fundación, que impartió en Almería (2010), con motivo del Primer Congreso sobre Carmen de Burgos, que organizó nuestro gran amigo Miguel Naveros, siendo éste Director del Instituto de Estudios Almeriense. Vaya nuestro recuerdo y pequeño homenaje a nuestro amigo Miguel Naveros.

Octubre de 1921. El alto Comisario General , Dámaso Berenguer, visita Monte Arruit, donde perecieron o fueron hechos prisioneros, los hombres españoles de la Columna Navarro, tras el «Desastre de Annual». (EFE).
CARMEN DE BURGOS Y LAS PROTESTAS POPULARES CONTRA LA GUERRA DE MARRUECOS
A Carmen de Burgos le correspondió ejercer de periodista en una época en la que la profesión periodística era de “perfiles indefinidos” y para la mayoría de los redactores de los diarios no constituía su profesión definitiva, como destacan María Cruz Seoane y María Dolores Sáiz en Historia del periodismo en España. 3. El siglo XX. 1898-1936. Muchos de ellos eran escritores que combinaban la literatura con el periodismo. La mayoría de lo escritores de la época colaboraban en periódicos y revistas con artículos de opinión sobre diferentes temas. Baroja, Azorín, Ortega, Unamuno, por no citar sino a algunos de los más renombrados fueron asiduos colaboradores de la prensa. Para algunos de los que ejercían el periodismo, esta actividad era también un trampolín para acceder a puestos políticos o diplomáticos. Así, no era extraño ver a periodistas que pasaban a ser diputados, gobernadores de provincia, embajadores y hasta ministros.

Solo cuando la prensa se transforma en una industria el periodismo se va convirtiendo progresivamente en una profesión. La mayoría de los periódicos dependían de partidos o estaban próximos a ellos y sólo con el tiempo se fueron creando empresas periodísticas como sociedades anónimas. Naturalmente, las ideas de los principales accionistas determinaban la línea ideológica del periódico. El ABC, fundado en 1905, no era un periódico de partido, pero era de derechas o conservador, por mucho que su fundador Luca de Tena se presentase como liberal. El Debate,fundado en 1910, tampoco era un periódico de partido, pero era considerado el portavoz, si no oficial, oficioso de la Iglesia Católica, de los obispos, en su versión más retrógrada y clerical. Otros periódicos, aunque no fueran oficialmente de ningún partido estaban próximos a algunos partidos políticos, en lo que no se diferenciaban demasiado de la prensa de hoy. Incluso los que pretendían ser independientes, y podían serlo orgánica y financieramente, no dejaban de simpatizar con una u otra tendencia política, de derechas o de izquierdas, y tenían entre el público sus lectores: los conservadores, ABC o El Debate; los liberales El Liberal o Heraldo de Madrid. Fundado en 1879 por un grupo de periodistas republicanos que abandonaron El Imparcial al aceptar éste la monarquía restaurada con Alfonso XII. El Liberal era el representante de un republicanismo moderado “gubernamental” y un periódico de gran circulación. En cuanto a Heraldo de Madrid, fundado en 1890, fue adquirido en 1893 por José Canalejas y un grupo de sus partidarios, y pasaría a ser el portavoz del partido liberal democrático.
Durante la Primera guerra Mundial la prensa española pasó a calificarse de aliadófila, la de tendencia liberal, y germanófila, la de tendencia conservadora. Ni que decir tiene que la prensa en la que Carmen de Burgos colaboraba era en general de tendencia liberal y, por lo tanto, aliadófila. Además de Heraldo de Madrid, Carmen de Burgos era colaboradora de Diario Universal, fundado en 1903 por el conde de Romanones.
Aquí vamos a referirnos a la actividad de Carmen de Burgos como colaboradora de Heraldo de Madrid en relación con la guerra de 1909. Diré antes unas palabras sobre este conflicto bélico que tuvo lugar a las puertas de Melilla, y que tan enorme repercusión tuvo en España, debido sobre todo al desastre conocido como el del Barranco del Lobo en julio de dicho año.

La oposición a la guerra estaba profundamente arraigada en España debido sobre todo a que el peso recaía en las clases populares. La sangría en hombres y en dinero que había costado las guerras coloniales de Cuba y Filipinas estaban aún vivas en las memorias en el primer cuarto del siglo XX. Frente al consigna de Sagasta “Hasta el último hombre y hasta la última peseta”, los socialistas españoles replicaban con la de “O todos o ninguno”. La oposición a la guerra se fue extendiendo a capas cada vez más amplias de la población. Eran sobre todo los sectores progresistas- republicanos, sindicalistas, socialistas- los que se oponían a cualquier aventura colonial que pudiese acarrear pérdidas en vidas humanas o derroche de dinero público. En las protestas contra la guerra figuraban como principal reclamación el servicio militar obligatorio para todos, o más exactamente la supresión de dicho servicio, si bien hasta conseguir este objetivo, se pedía la abolición de la llamada “redención a metálico”, es decir, la exención del servicio a cambio de dinero, sistema injusto gracias al cual los hijos de familias ricas o de la clase media podían librarse del servicio militar mediante el pago de mil quinientas pesetas, mientras que los hijos de las familias pobres debían soportar todo el peso de las guerras. Todos los años se confeccionaban listas de jóvenes en cada región y, mediante un sistema de sorteo, se escogía cada año una quinta parte para hacer el servicio militar, razón por las que las unidades de reclutas recibían el nombre de quintas, y los jóvenes reclutados eran los quintos. Este sistema de reclutamiento había sido implantado en el siglo XVIII por Carlos III y siguió vigente hasta 1877, en que una nueva Ley de reclutamiento modificaba ligeramente las leyes anteriores, y el servicio militar que era hasta entonces de ocho años pasaba a ser de tres, si bien de ocho en la reserva, con exenciones para los que trabajaban en determinados oficios, los hijos únicos, los nietos que mantuvieran a sus abuelos y los hijos ilegítimos que mantuvieran a sus padres. La suma a pagar para los que querían librarse del servicio militar ascendía a 1.500 pesetas, lo que para muchas familias, incluidas las de clase media, representaba un gran sacrificio. En la oposición de Partido Socialista a la guerra de Marruecos, la cuestión del servicio militar era la pieza clave. La injusticia que representaba el sistema en vigor era constituía un poderoso elemento de movilización de las clases populares.
La guerra de 1909 estuvo motivada como es sabido por la decisión del capitán general de Melilla, general Marina, de permitir la continuación de las obras del ferrocarril minero de las dos empresas que explotaban minas en la cabila de Beni Bu Ifrur, a unos kilómetros de Melilla, a saber la Compañía Española de Minas del Rif, que explotaba las minas de hiero de Uixán, y uno de cuyos principales accionistas era el conde de Romanones, y la compañía Norte Africano, de capitales franceses, aunque de nacionalidad española, que explotaba la mina de plomo de Afra. Las concesiones para la explotación de estas minas habían sido hechas por un poder ilegítimo, el del llamado el Rogui, o más conocido vulgarmente, como Bu Hamara (literalmente “el hombre de la burra”), que se había alzado contra el sultán legitimo, Muley Abd-el-Aziz. El nuevo sultán, Muley Hafid, hermano del anterior, no reconocía esas concesiones y se oponía pues a la continuación de los trabajos del ferrocarril minero destinado al transporte del mineral desde las minas al puerto de Melilla para su embarque. Además de la oposición del sultán a la continuación de los trabajos hasta que un Reglamento Minero fijase las condiciones para la concesión y explotación de las minas y canteras en Marruecos, había también la de las cabilas próximas a Melilla que rechazaban la explotación de las riquezas mineras del país por extranjeros. Pero la paralización de los trabajos perjudicaba a las compañías mineras que ejercían presión sobre el gobierno español para que se reanudaran. El gobierno español, presidido entonces por Maura, es decir, por los conservadores, no acababa de decidirse a dar la orden de reanudación de las obras. Lo que le decidió a hacerlo fue la amenaza por parte de los franceses, también allí con intereses mineros, de que si los españoles no eran capaces de garantizar el orden y la seguridad en la región, de ello se encargarían tropas enviadas por ellos desde Argelia. Así, tras recibir el fuego verde del gobierno, el general Marina daba el 7 de junio orden de proseguir la construcción de las vías férreas, que se reanudaban normalmente con la presencia de obreros españoles y marroquíes, aunque estos últimos no eran tan numerosos como se esperaba, sobre todo después de que los jefes cuyo territorio atravesaba el ferrocarril dieran garantías de proteger los trabajos, a pesar de la opinión de los que se oponían a ello. Pero el primer acto de los sangrientos sucesos conocidos como la guerra de 1909 tendrían lugar el 9 de julio, cuando un grupo de cabileños hostiles a la presencia extranjera en la región atacó a los obreros causando cuatro muertos y un herido. Después del 9 de julio, a medida que los combates en la región de Melilla se hacían más intensos, la propaganda de derechas trataba de ganar a la opinión pública a la causa de la intervención en Marruecos, a la que se presentaba como una cuestión de “honor nacional”, que había sido “ultrajado por lo moros” y que era preciso vengar. No era ésta, naturalmente, la opinión de las izquierdas, fundamentalmente del PSOE, que denunciaba que la guerra en el Rif no era una guerra en “defensa del honor nacional”, sino una “guerra de conquista”. Lo que irritó más los ánimos de la población fue el Decreto publicado en el Diario Oficial del 11 de julio que llamaba a los reservistas al servicio activo. Las unidades de reserva carecían de hombres suficientes y hubo que llamar a filas a las clases de la segunda reserva, que correspondían a 1903, cuyos elementos no habían tenido un fusil entre las manos durante los últimos cuatro años. En estas condiciones, los soldados, que además de estar mal equipados, tenían tan insuficiente instrucción, iban a una muerte segura. La mayoría de los reservistas eran hombres casados y con hijos y, como las familias no recibían ningún subsidio del Estado, las mujeres y los niños quedaban en la más absoluta miseria. Las protestas contra el envío de tropas, particularmente las constituidas por reservistas, no tardaron en extenderse por todo el país. Particularmente importantes fueron las de Madrid, donde los socialistas organizaron el 11 de julio un gran mitin contra la guerra. Un grupo de reservistas que debía salir de Madrid el 20 de julio vio demorada su partida por numerosos manifestantes, la mayoría mujeres, que ocuparon la estación y se sentaron en las vías férreas para impedir la salida de los trenes. Pero fue sobre todo en Barcelona donde el parrido socialista se mostró más eficaz, por estar allí uno de los puertos en los que embarcaban los soldados que iban para Melilla. La campaña de los socialistas se centraba en el antimilitarismo y en que la guerra de Marruecos no era “por España”, como declaraba el gobierno, sino para defender los intereses del capitalismo, representado particularmente por las minas del Rif. Pero en Barcelona, lo que empezó siendo un movimiento de protesta contra el embarque de tropas para Marruecos y contra la guerra fue desviado de sus verdaderos fines para transformarse en un violento movimiento anticlerical, en el que las masas descargaron su ira e indignación quemando conventos. Estos actos de violencia gratuita no ponían en peligro las estructuras sociales y políticas. La organización de la huelga general, que los socialistas habían decidido lanzar para el 2 de agosto fue rebasada por los acontecimientos. La mayoría de los responsables de la organización de la huelga fueron encarcelados antes de poder actuar. En estas condiciones los elementos radicales pudieron fácilmente arrastrar a las masas populares a acciones, en las que podían descargar su ira sin poner en peligro el orden establecido. Los sangrientos sucesos que se produjeron en aquellos días, conocidos como la Semana Trágica de Barcelona, tuvieron importantes repercusiones en le país. El fusilamiento el 13 de octubre de Francisco Ferrer, considerado el principal promotor de los violentos sucesos, desencadenó en toda España y en el mundo entero una ola de protestas y manifestaciones y provocó la dimisión del gobierno conservador presidido por Maura. De otro lado, al ofrecimiento hecho por el PSOE a los republicanos de llegar un acuerdo político con ellos para “emprender en el momento oportuno, una campaña a favor de los grandes ideales de la libertad y en contra de la reacción”, respondieron favorablemente los diputados Pérez Galdós, Azcárate, Giner de los Ríos, y otros, y el día 7 de noviembre de 1909 quedaba constituida la conjunción republicano-socialista en un mitin presidido por Pérez Galdós. Gracias a la alianza con los republicanos, los socialistas consiguieron tener representantes en el Congreso. Pablo Iglesias fue elegido diputado por Madrid en mayo de 1910.
Pero ya es hora de que hablemos de Carmen de Burgos, a cuya aparición en el teatro de la guerra de 1909 vamos a referirnos. Llegaba Carmen de Burgos a Melilla el 23 de agosto de 1909, según anunciaba el entonces único diario local El Telegrama del Rif, en una noticia publicada el día 24: “En el vapor “Cabo Nao” llegó a ayer la bella y notable escritora Carmen de Burgos, Colombine redactora de Heraldo de Madrid, del cual ha recibido el importante encargo de estar al lado de la Cruz Roja de Melilla, dar cuenta de sus trabajos e informar a los lectores de aquel diario de cuanto a heridos o enfermos se refiere, proporcionando así datos al Heraldo para contestar a las peticiones de noticias que recibe”. Y el periódico añadía: “Colombine trae, pues, a Melilla una hermosa misión que cumplir, y seguramente la llevará a cabo a la perfección, pues no otra cosa puede esperarse de su talento y su actividad”. Sea bienvenida la distinguida periodista al teatro de la guerra”.
A juzgar por como lo presentaba el citado diario, el viaje de Colombine a Melilla se inscribía en el marco de una misión humanitaria relacionada con la Cruz Roja. Puede que éste fuera, en efecto, el pretexto oficial, toda vez que la presencia de una mujer en el teatro de la guerra como corresponsal era algo absolutamente impensable en aquellos tiempos. Parece ser que el general Marina, capitán general de Melilla, se había puesto previamente en contacto con Carmen de Burgos para agradecerle su interés por los heridos, pero advirtiéndole de los peligros de que estaba rodeada la ciudad, la escasez de alojamientos y lo innecesario de su proyecto de creación de una sucursal de la Cruz Roja en la zona, dado que los heridos estaban ya “perfectamente atendidos”. Era evidente que la presencia de una mujer como corresponsal de guerra no era del agrado de las autoridades militares, que preferían considerarla como enviada por su periódico para desarrollar únicamente una labor informativa sobre la situación de los heridos. La labor periodística de Colombine en Melilla quedó en cierto modo reducida a esto, porque lo cierto es que nunca envió crónicas sobre las operaciones militares. Heraldo de Madrid tenía ya un corresponsal en Melilla ocupado en estos menesteres. Se trataba de José Rocamora, que había empezado a enviar crónicas de Melilla desde el 21 de julio, y que las enviaba regularmente. De él tenemos crónicas sobre los combates del 18 y del 22 de julio, y, naturalmente, sobre el del día 27, más conocido como el del Barranco del Lobo, en el que hallaron la muerte 17 jefes y oficiales y 136 hombres de tropa, y resultaron heridos 35 jefes y oficiales y 564 hombres de tropa y soldados, es decir, que el total de bajas ascendió en un solo día a 752. Junto a las crónicas de Rocamora sobre las operaciones militares, había los artículos de opinión de Luis de Armiñán. Carmen de Burgos, por su parte, instalada como el resto de los periodistas en el Hotel Reina Victoria, no paraba desde su llegada a Melilla ni un minuto, husmeando aquí y allá, y lanzándose a veces a operaciones arriesgadas que podían incluso poner su vida en peligro, como la que protagonizó el día 26 de agosto, de la que daba cuenta Heraldo de Madrid del día 27, y El Telegrama del Rif, del día 28. El duque de Rioseco había invitado al parecer a Colombine a dar un paseo en automóvil por el campo exterior, dirigiéndose ambos a la posición de los Lavaderos, donde el duque dejó el coche con los faros encendidos dando frente a las posiciones enemigas. No tardaron los rifeños en abrir fuego tomando las luces del coche como punto de referencia. Sin preocuparse demasiado por el fuego, Colombine dejó el coche y se refugió en el zoco, mientras que el duque contestaba con su fusil. Las tropas españolas no intervinieron porque los tiradores estaban escondidos y lejos, y los soldados tenían por costumbre no disparar en balde. Con el título “Automóvil tiroteado”, El Telegrama del Rif daba cuenta de la noticia en términos algo diferentes. Según esta versión, el duque de Rioseco, con la “distinguida escritora Colombine” y los periodistas, se había dirigido en automóvil a la posición de los Lavaderos “con el fin de obtener fotografías de manganeso”. Las guardias moras que vigilaban las alturas inmediatas habían hecho entonces fuego sobre el vehículo. “La señora “Colombine”- decía el periódico- “mostró gran presencia de ánimo, y, por consejo de sus compañeros, hubo de retirarse al inmediato zoco, en tanto que el duque tomaba parte en la repulsa de la agresión que inició la fuerza destacada en aquel campamento avanzado. El fuego había durado veinte minutos”.
En un artículo del 30 de agosto firmado por ella misma y titulado “Colombine en Melilla” daba cuenta de sus propias andanzas y correrías. Se dedicó a visitar las tiendas para charlar con los soldados y ver cómo vivían. El pretexto era contestar a las numerosas cartas que recibía el periódico preguntando por los soldados. Colombine elogia su bravura y afirma que estaban deseando entrar en combate. Se refiere después a algunos que se habían alistado como voluntarios. Entre los oficiales estaban los que habían sido compañeros de Ibáñez Marín, a quien habían visto caer muerto el 27 de julio. En el encuentro de Colombine con los soldados y oficiales priman los aspectos humanos. La periodista cuenta que muchos le enseñaban retratos y cartas de sus hijos y de sus esposas. Estas últimas se quejaban del dolor de la separación y expresaban la angustia propia de las mujeres cuando veían en peligro a sus seres queridos. La visita terminó convirtiéndose luego en una fiesta con cantos y acordes de guitarra de los soldados, y brindis de los oficiales. Carmen de Burgos escribe al oír aquellos cantos: “Me siento invadida de una tristeza profunda. El soldado en campaña inspira un sentimiento de respetuosa ternura, que no sentimos al contemplarlo en tiempos de paz. Todos los días al verlos salir con el convoy, morenos, sudorosos, llenos de polvo, experimento algo semejante a la tierna piedad que parece desprenderse del ambiente de amor y lágrimas con que los rodea el recuerdo de las madres y las amantes lejanas. La despedida de dos amigos va envuelta en la incertidumbre de volverse a ver. No hay seguridad en estos momentos”. La fiesta quedó, luego, rota, por las detonaciones de los Pacos y las descargas de fusilerías. Colombine relata ella misma en esta expedición a los campamentos el incidente del automóvil en compañía del duque de Rioseco. El entonces teniente coronel Burguete advirtió entonces a Colombine de que si las cosas seguían así no iban a estar bien allí. Era la de Burguete una amable invitación a que se fueran. “Pero”- manifestaba Carmen de Burgos- “ni mi hermana ni yo sentimos miedo entre las tropas. El valor es comunicativo y ejerce una sugestión sobre los espíritus”.
No hay en todo este relato de Carmen de Burgos la más leve crítica a la intervención armada en Marruecos, si no es lamentar el dolor de las madres y esposas ante el peligro que corren sus hijos y maridos. Es muy cierto que la entonces vigente Ley de Jurisdicciones, promulgada el 23 de marzo de 1906, castigaba duramente todo lo que pudiera considerarse como “injurias u ofensas claras y encubiertas al Ejército”, lo que en tiempos de guerra podría aplicarse a cualquier crítica a la actuación de los mandos militares en aquella contienda. Además de la Ley de Jurisdicciones, otras leyes ya existentes en el ámbito de la jurisdicción civil ordinaria limitaban la libertad de expresión cuando se trataba de determinados temas. La “señá Anastasia”, como le llamaban jocosamente a la censura, no se andaba con bromas cuando sacaba las tijeras.
El segundo artículo de Colombine que hemos encontrado en Heraldo de Madrid es del 9 de septiembre y se titula “Visitando hospitales”. Sobre éstos decía Colombine que la falta de un buen local hacía que estuviesen diseminados, lo que dificultaba la asistencia. En tres barracones había capacidad para 22 camas cada uno. Otro destinado a “indígenas” se encontraba situado en el Polígono, cerca del barrio de los hebreos, tenía capacidad para 60 camas y en él se atendía a los que padecían enfermedades contagiosas. En otro, el de la Brigada Disciplinaria, se atendía a enfermedades comunes. Para los heridos se había habilitado el teatro con 50 camas y una fábrica de salazón, en el barrio de Triana, que después de desinfectada y arreglada en condiciones convenientes, podía contener 150 camas, y 30 en el local de una escuela pública. El que tenía mayor número de heridos por la necesidad de reconcentrarlos en un solo punto era el hospital central que tenía 205 camas, ocupadas casi todas. Carmen de Burgos visitaba este hospital para recoger noticias de soldados enfermos y llegó en el momento en que ingresaban a tres heridos. Esta escena se repetía todos los días, lo que sumado, daba a finales de mes un total de bajas equivalente al de una batalla. Soldados graves que yacían sobre camillas, otro que agonizaba con la cabeza destrozada de un balazo… Acompañada del jefe de Sanidad Militar, Carmen de Burgos recorrió las “vetustas salas” de aquel “caserón viejo y medio derruido”, en palabras suyas. En este hospital se encontraban los que habían sido más gravemente heridos, que era difícil transportar a España (heridos en el pecho, el vientre o la cabeza), muchos de ellos con brazos o piernas amputados. Entre los heridos, Carmen de Burgos notó la presencia de “moros” que luchaban en las filas españolas: se trataba de soldados de la Policía Indígena, que el general Marina había empezado a crear en 1908. Habiéndose interesado por el estado de la salud pública en Melilla y el número de heridos que había en el hospital, se le respondió que la situación era relativamente satisfactoria, ya que quedaban heridos 9 oficiales y 132 soldados; de enfermedades comunes había 7 oficiales y 317 soldados, cifras que podían considerarse satisfactorias, teniendo en cuentas que había entonces en Melilla en torno a los 40.000 soldados. Pensaba Carmen de Burgos que estas noticias eran halagüeñas, habiendo tanto abandono como se advertía en no estar dotada Melilla de aguas potables, puerto, edificios a propósito para hospitales, etc. Y terminaba diciendo: “Después de las pruebas a que estamos sometidos, será preciso no desaprovechar la lección y atender a esta posesión africana, que puede con poco trabajo convertirse en una de nuestras más hermosas provincias africanas”. No dejaba de haber en estas palabras una velada crítica a la situación de abandono en que se encontraba la ciudad.
Tenemos, por último, otro artículo de Colombine, de fecha 10 de septiembre, en el que relata lo sucedido un domingo en el campamento, donde se celebró una misa multitudinaria. El campamento estaba situado en una de las posiciones más avanzadas, frente al Gurugú. Era el campamento del batallón de los cazadores de Llerena, del que en el combate del día 27, el del Barranco del Lobo, habían quedado solo vivos un capitán y tres oficiales. Tal como describe Colombine aquella misa, la ceremonia se convierte en un acto de exaltación patriótica, en el que ni las balas ni los cañonazos consiguieron que los asistentes se inmutasen, indiferentes a los fogonazos de los fuertes sobre los rifeños de los aduares vecinos que disparan, a su vez, ocultos tras las chumberas. Después de la misa vino el jolgorio, con los consabidos cánticos patrióticos y las coplas populares con acompañamiento de la guitarra. Terminaba Carmen de Burgos su crónica con estas palabras: “Ante esta alegría, este espectáculo pintoresco, que no pueden comprender los que no hayan venido aquí, una tristeza profunda llena mi alma y de mis ojos brota una lágrima, que oculto para no interrumpir la armonía de la música y de los cantares”. Cabe preguntarse qué habría detrás de esa profunda tristeza que invadió a Carmen de Burgos. Quizá lo que vio allí de cerca, las escenas que presenció sirvieron para que empezara a tomar conciencia de lo que realmente significaban las guerras más allá de la retórica triunfalista de los mandos militares. El espíritu pacifista iba extendiéndose cada vez más por toda Europa, y la Primera Guerra Mundial contribuiría a que el movimiento ganara nuevos adeptos, incluida España, aunque este país no participara en la contienda. No tiene, pues, nada de extraño que personas de ideas progresistas se adhirieran a la causa del pacifismo, indisociable de la abolición de la pena de muerte, como era el caso de Carmen de Burgos, militante de ambas causas.
En 1921 Carmen de Burgos fundaba la Cruzada de Mujeres Españolas, organizadora de los numerosos mítines que tuvieron lugar contra la guerra de Marruecos, después del desastre de Annual, particularmente el organizado el 30 de julio de 1922 en el Teatro de la Comedia.
Carmen de Burgos fue una precursora de lo que sería la “nueva mujer” de la Segunda República. Fallecida en 1932 no llegó a poder participar plenamente de la vida pública y cultural de aquellos años, pero sus ideas emancipadoras sirvieron de modelo a muchas mujeres de espíritu libre e independiente que lucharon durante la República por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres.
María Rosa de Madariaga